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viernes, 16 de noviembre de 2012

SEAMOS RESPONSABLES EN ESTAS FIESTAS


Llega la época de cenas de fin de año, navidades y demás comilonas y derroches de todo tipo. Nosotros siempre solemos pensar que no podemos solucionar el hambre y las carencias en el mundo, que eso corresponde a los políticos. Esta es una excusa que nos ponemos para  seguir con nuestro estilo de vida sin preocupaciones; ya haremos algún donativo para los pobres y listo.  Sin embargo podemos hacer muchísimo más de lo que creemos. Os recomiendo este texto que ayuda a reflexionar sobre el insalubre y egoísta estilo de vida que llevamos hoy en día y nos da algunas recomendaciones para hacer algo al respecto.
Hoy en día todo lo que no sea rápido y fácil no vale. Nadie se toma más de un segundo para poner un "me gusta" en el facebook aunque no sepa ni de que se trata. Este texto es largo y hay que pensar un poco, espero que podáis invertir algo de vuestro tiempo en leerlo con calma. Estoy convencida de que nosotros tenemos el poder de cambiar las cosas y esos cambios harán que nuestros hijos tengan un mundo mejor.
LOS ALIMENTOS Y LA SOCIEDAD

Recogido por Ramón Sánchez Ocaña en su libro: "Francisco Grande Covián: La Nutrición a su Alcance". Dr. Karmelo BizkarraCentro de Salud Vital Zuhaizpe 

El problema de la comida, aquí y ahora, en occidente, no es la penuria de los años y los siglos pasados, sino el exceso. Además hasta hace unos pocos años la comida nunca estuvo tan contaminada de productos químicos: aditivos, colorantes, aromatizantes.

Las personas que vivieron la época de la guerra o posguerra española, marcadas por aquellas épocas de penuria, no se permiten echar la comida la comida al cubo de la basura, ni tan siquiera los trozos de pan seco. A diferencia de las personas más jóvenes que llenan las bolsas de basura de restos de comida. Igualmente este derroche es mucho mayor en relación al aumento de la capacidad de adquisición económica, y también es mayor en las capas más adineradas y menos en las pobres. En una ciudad española la bolsa de basura contiene entre un 40%  un 70% de restos orgánicos (restos de comida, panes secos...)

Es comprensible que alguna vez, y más por la forma de vida que llevamos, hagamos algún extra comiendo demasiado, pero en cambio si eso mismo lo hacemos diariamente, de algún modo «facilitamos» que una parte importante del mundo pase hambre.Sinceramente y al margen de las posiciones egoístas y de falta de respeto de los diferentes gobiernos y estados del «primer mundo», pensamos que cada uno de nosotros tiene su parte de responsabilidad de lo que ocurre al otro lado del Planeta. Si yo consumo en exceso y despilfarro en todos los sentidos a mi alrededor, es posible que ello traiga como consecuencia la falta de comida y de necesidades vitales mínimas a otro ser humano que viva en una de las regiones más pobres de nuestra Tierra. Todos, absolutamente todos, somos «células» de un ser humano global, y nuestra colaboración o por contra la posición egoísta influye sobre el resto de las células. En
nuestro organismo, el mal funcionamiento de una célula del riñón, del corazón o del cerebro repercute de forma directa en cada uno de esos órganos, pero también en el resto del cuerpo. Nuestro cuerpo físico, emocional, mental y espiritual es una unidad, aunque día a día aparezcan más especialidades médicas. La visión local y parcial impide, con mucha frecuencia, una visión global y de unidad.

Hemos pasado en pocos años de una comida en la que predominaban los hidratos de carbono (pan, patata, arroz) y legumbres, a un aumento excesivo y perjudicial de alimentos de origen animal (carnes, pescados, embutidos, conservas, grasas, lácteos, leche), a la par del aumento del poder económico o adquisitivo. Hemos cambiado los hidratos de carbono por las proteínas y las grasas y el exceso de proteína y grasa es especialmente perjudicial para el cuerpo. El aumento de los casos reumáticos, de gota, colesterol, arteriosclerosis, infarto, son algunos de los ejemplos de este cambio perjudicial.

Vemos, el cambio en la alimentación ocurrido con la industrialización y el aumento del poder adquisitivo: mientras el consumo de patatas se redujo a la mitad desde el año 1965 al 1988 y casi en un tercio las legumbres, el consumo de leche se ha duplicado y el de carne «más que duplicado». Con dinero se compra lo más caro y se deja lo barato. ¡Consumo, consumo! Esta es una de las consecuencias del desarrollo industrial. Fuente: M.A.P.A. (Ministerio de Agricultura, Pesca y  Alimentación).

Igualmente se ha multiplicado el derroche alimenticio. Mientras en los países llamados «subdesarrollados» los restos de comida son reutilizados para el consumo humano, para dar de comer a los animales domésticos o para abonar la tierra tras añadirse al estiércol del ganado, método que con sus variantes es conocido como compostage - (el abono preparado es el compost) - en la agricultura ecológica; en una ciudad española la bolsa de basura contiene más de la mitad de restos orgánicos (restos de comida, panes secos... ).

Hace algunos años el exceso de comida se consumía, se «quemaba» con el trabajo fuerte, hoy en día, la vida sedentaria y la falta de ejercicio impiden que la alimentación excesiva pueda quemarse y las substancias tóxicas no se destruyen ni se eliminan. Tiempo atrás no había la libertad de elección que actualmente tenemos con los alimentos, se comía solo el pollo o la carne los domingos y los días festivos. Las fiestas de Navidad se distinguían del resto del año en los pocos extras que se podían hacer. Hoy, esos extras o mejor llamamos excesos, los hacemos en cualquier momento, en cualquier lugar, e irónicamente decimos «que aproveche». Más que aprovechar nos perjudica. En esencia muchas personas se ocupan de tragar, de forma «pantagruélica» y no de comer,  y mucho menos de nutrirse adecuadamente.

Los hábitos alimenticios tienen que ver con los alimentos ingeridos en la niñez y creemos que también en relación de lo ingerido por la madre en el embarazo o durante la lactancia, pues inevitablemente los diferentes componentes de esos alimentos pasan al niño a través de la sangre o de la leche materna. El niño recién nacido o lactante echará de menos esa clase de sustancias si no las ingiere.

De la misma manera que acontece a los niños de madres toxicómanas o alcohólicas. Sus niños nacen con el síndrome de abstinencia; su organismo echa en falta estas sustancias, aún siendo tóxicas. Su cuerpo ha crecido en contacto con estos elementos en el vientre materno y se ha acostumbrado a ellos, de manera que los echa de menos al nacer. Si el cuerpo del niño echa de menos el alcohol, las drogas, etc., es lógico que eche en falta también los elementos nutritivos que pasan de la madre a su cuerpo y pedirá aquello a lo que esta acostumbrado.

Las ratas jóvenes, después del destete, eligen preferentemente los alimentos en los cuales reconocen ciertas características que ya habían sido comunicadas a la leche de su madre cuando ésta había consumido esos alimentos (Galef 1988) Este es uno de los motivos para cuidar la alimentación de nuestros niños. Como decimos habitualmente «el hombre es un animal de costumbres»... el hombre, la mujer y los niños también. El alimento no aporta solo energía para el cuerpo, sino también la sustancia misma de este cuerpo. «Que tus alimentos sean tus medicinas» decía Hipócrates. Aunque no olvidamos el factor de la educación y los hábitos alimenticios. Quien no ha aborrecido un alimento, durante años o toda la vida, a causa de que le obligaron a comerlo cuando era niño o porque ingirió algún alimento que le provocó un empacho o indigestión.

Birch estudió el efecto que podía tener sobre las preferencias alimenticias las conductas de sus padres que daban «un premio» cuando comían algo. En relación a una norma alimenticia, por ejemplo, la de comer legumbres: “Si acabas las lentejas podrás o tendrás un premio”. De 9 niños sobre 12 el resultado fue contrario a lo que se pretendía, se redujo la preferencia por el alimento. El rechazo ante ciertas comidas, según unos estudios de Garb y Stunkard, se remonta principalmente y con más frecuencia a una edad situada entre los 6 y 12 años. El niño se deja influenciar, y los últimos datos así lo confirman, por las preferencias alimentarias de los que les rodean. Para obtener este resultado basta, en un comedor escolar, con poner un niño durante varios días en la misma mesa con un grupo de compañeros, ligeramente mayores, y que presentan una clara preferencia por un alimento poco apreciado por el niño. Al término de la experiencia, este acaba «gustando» del alimento que prácticamente rechazaba antes, y esta preferencia es durable (Birch, 1980).
De ahí que a veces las madres que no dan bien de comer ni comen ellas mismas de una forma equilibrada, se quejan sin darse cuenta de su parte en el tema, cuando dicen «es que este niño no me come» o solo come porquerías.

Así mismo los niños rechazan las mezclas de alimentos según lo estudio Vance en 1932, y los alimentos nuevos o poco familiares para él, con frecuencia s e niega a probar alimentos nuevos. Repetidas veces vemos como el niño va apartando los « tropiezos « para comer sencillamente el alimento que le gusta. Se come el arroz pero no lo que le hemos añadido. Los alimentos preferidos por un grupo social cambian con relativa rapidez, más aún en estos tiempos donde el transporte y la publicidad llegan pronto y a cualquier parte del mundo. El yogur, los diferentes aceites (girasol, soja...), el kiwi, los potitos, los kellogs (cereales inflados), el paté, el aguacate... son alimentos nuevos para nosotros.

Hace unos años una buena alimentación era la que llenaba, abundante en cantidad. Hoy en día se considera una alimentación sana a la alimentación equilibrada, y a la que comienza a llamarse alimentación mediterránea: rica en verduras, hortalizas, cereales, legumbre s, algún lácteo y un poco de pescado. Ya se conoce bien el perjuicio producido por las grasas, los fritos, embutidos, la sal...
Las tendencias de los hábitos alimentarios entre los españoles (libro «Guías alimentarias») desde el año 1964 al 1.991 señala un contínuo descenso en el consumo de cereales (55% respecto a 1964), e consumo de pan ha bajado drásticamente de 368 a 162 gr./día, y d e verduras, especialmente patatas, con una ingesta media de 145 gr./día, muy inferior a la encontrada en 1964 de 300 gr./día. Igualmente a disminuido el consumo de leguminosas, que se reduce a la mitad (20 gr./día). Esta reducción a la mitad de los cereales, verduras y leguminosas se ve ligeramente compensada con un aumento de un 185% de frutas.

Desgraciadamente ha subido también en un 234% el consumo de carnes y un 121% el de pescados. El consumo de lácteos, que aumento considerablemente hasta 1981, ha experimentado un ligero descenso en los últimos diez años. Parece claro, según Javier Aranceta, Coordinador del programa de Nutrición del Gobierno Vasco, citando varios estudios (guías alimentarias) que las dietas con un elevado contenido proteico y con exceso de sal aumentan la pérdida de masa ósea. Según las recomendaciones de los expertos de la FAO/OMS el consumo total de grasas no debe superar el 30% de la energía diaria, cifra considerada ya excesiva desde el punto de vista higienista. El consumo actual en el estado español ronda el 40%.

La ingesta de proteínas actualmente duplica a las recomendaciones de los expertos. Doblemente perjudicial si consideramos que en nuestro modelo alimentario más de las 3/4 partes del total de proteínas son de origen animal. El 88%, según una encuesta del año 1.995, en la Comunidad Autónoma Vasca (Guías alimentarias).

La carne no solo contiene carne sino otros elementos más o menos tóxicos, tal como escribe Mercé Centrich, del Laboratorio Municipal del ayuntamiento de Barcelona en el libro «Guías alimentarias»: «productos hormonales para elevar el peso del ganado, fármacos y antibióticos, tranquilizantes y somníferos; clembuterol que produce buenos beneficios económicos al ganadero, al hacer la carne más atractiva por su tonalidad rojiza, poca grasa y más proteína; aditivos, nitritos, nitratos, dióxido de azufre, colorantes añadidos a l as carnes frescas. Estos colorantes pueden provocar la contaminación de la carne con plomo y cadmio, metales pesados con el correspondiente riesgo para la salud; componentes organoclorados, plaguicidas; compuestos tóxicos que pueden llegar al ganado ya sea a través del forraje fresco o del tratamiento que se aplica a los alimentos que contienen los piensos. Estos compuestos se acumulan preferentemente en la grasa animal» ¿Donde está la carne?.

Seguimos. En palabras de Mercé Centrich: «liquidamos cada año cerca de dos millones de vacunos, más de quince millones de corderos, cabritos y ovejas; más de quince millones de cerdos, cerca de seiscientos millones de aves de varios tipos, más de cien millones de conejos y unos setenta mil equinos, lo que supuso un consumo en 1.993 de unos 2.700.000 toneladas de carne y eso solo en España». El consumo  de carne alcanza a 66,9 kg. por habitante/año en España».

Hoy en día «se llevan» los restaurantes de comida rápida, y los alimentos precocinados y congelados son muy consumidos por sectores cada vez más amplios. Las tiendas de comestibles (y otras) del barrio desaparecen tras perder una guerra desproporcionada ante los grandes almacenes e hipermercados.

La posibilidad de conseguir alimentos frescos de la huerta de los vecinos, del mercado semanal o de la pequeña tienda del barrio va en disminución. Se ha pasado de la elaboración casera y artesanal a la industrial, donde unas «máquinas» cocinan para nosotros de forma aséptica, si n el contacto humano con el alimento. Antes la producción de alimentos era más local, mientras hoy dependemos de una producción cada vez más alejada y diversificada, de tal forma que una huelga de transportes da lugar a una falta de abastecimiento en alimentos considerados de primera necesidad.

La preparación de los alimentos se ha desplazado de la cocina a la fábrica, a las grandes industrias de la alimentación (por decir algo). La aparición de los hipermercados ha cambiado también radicalmente los hábitos alimenticios. Ya no se hace la compra diaria (el pan fresco, la leche del día), sino que se hace la compra para toda la semana: el pan tostado o en molde, la leche esterilizada que dura meses sin «perderse», los congelados para varios días, y todo ello sin hablar ni una sola palabra con nadie del establecimiento. Un signo más de individualismo en una sociedad donde cada vez tenemos menos gente que nos escuche y así van en aumento las depresiones, los insomnios, la ansiedad, angustia vital y demás signos de soledad.

En esos lugares de compra o consumo (de consumir-se) es más fácil encontrar un whisky escocés y bananas de África o Sudamérica que las lechugas de los agricultores de mi pueblo. Además todo muy bien presentado para que entre por los ojos, aunque luego no tenga tanto gusto, ni bueno ni malo. Y así como antiguamente la obesidad mostraba la prepotencia de los «cuerpos» de poder terrenal (reyes y altos mandatarios) y religioso-terrenal (cardenales, obispos,...), repetidamente criticados y ridiculizados en novelas, obras de teatro y películas de cine. Poco a poco la obesidad se ha ido esparciendo por las clases populares, de tal modo que actualmente según últimos estudios (Dupin, Lambert, François) hay una predominancia de la obesidad en las clases menos favorecidas económica y culturalmente.

El comercio actual se ha especializado en favorecer una buena presencia de los alimentos aunque no tengan gusto, y los productos originales son sustituidos por sucedáneos o light, muchas veces con el apellido de producto natural o integral. Ciertos alimentos puede n durar mucho tiempo sin descomponerse (un indicativo más de que han perdido vitalidad) y la leche se convierte en una «mala-leche» en caja herméticamente aislada del aire y de la luz. Y a los «productos», que no alimentos, así producidos, les dan nombres muy «naturales» o muy entrañables que recuerdan a artesanía, campo, armonía con la naturaleza.... y otro sin número de trucos a lo que con mucha desfachatez se llama «marketing» en vez de engaño. ¡Coma jamón sin colesterol, para llevar una vida sana!

Hemos perdido contacto con los ritmos de vida, no sabemos si la verdura que hay en el supermercado es de invernadero, está tratada o viene del otro lado del océano Atlántico. Hemos olvidado las épocas de cosecha de las verduras. Comemos cualquier alimento en cualquier época del año, Que lejos de aquello que decía «Hay un tiempo para cada cosa»....

Olvidamos el ritual en nuestras vidas, el silencio o la oración antes de comer, el agradecimiento por la comida. Las épocas o celebraciones donde se comía una determinada clase de alimentos y especialmente preparados para dicho momento.

Ya no se come, se traga la comida, para continuar la actividad, no tenemos tiempo para charlar en la sobremesa, vamos cada vez más deprisa para no llegar nunca a ninguna parte. Se ha perdido la comida en familia, y como dice Claude Fischler: «en los años 70, los estudios de mercado mostraban ya que la comida familiar era una institución que subsistía más en las mentes que en la realidad; en una familia de clase media en la ciudad, ocurrí a que sólo se reunían alrededor de la mesa para cenar en familia dos o tres veces por semana y que las comidas no duraban ya más de veinte minutos». Cada vez es mayor el número de trabajadores que comen en la empresa y niños que comen en la escuela. De esta manera disminuyen aún más el contacto familiar; el trabajador o el ejecutivo no vuelve a casa a ver a su mujer, o es la propia mujer la que come sin remedio en un restaurante, y al niño se le «aparca» en la escuela desde la mañana a la noche, para tener libertad y cada uno por su lado.

A la persona que esta intentando ser más consciente también se la puede engañar: le venderemos un producto natural, con las mismas porquerías o más que un alimento normal, un turrón dietético con más conservantes que el de toda la vida, y un refresco light con un edulcorante sintético, que sustituye al azúcar integral hecho con azúcar blanco tintado con melaza, y un pan integral de harina blanca con un poco de salvado para que parezca que tiene pecas; y todo ello a unos precios varias veces más caros que el producto «normal». Es el negocio de lo «natural», porque es natural que no sabemos distinguir lo bueno de lo malo. Aunque a decir verdad en ciertos sectores y en los últimos años, se valora la calidad del alimento, la forma de cultivo ecológico, sin sustancias químicas y tóxicas de por medio. Estamos abriendo poco a poco el camino.

Es curioso como la palabra receta sirve para la elaboración de un plato o comida y para prescribir un medicamento a un enfermo. La dieta desde lo más antiguo fue la primera forma de curar al enfermo. Sólo cuando no era suficiente o eficaz se pasaba a un tratamiento: farmacológico o quirúrgico.

Para lo médicos árabes, la dietética era la base del tratamiento, e incluso todo el

En cuanto a la cantidad de proteínas hace falta cuatro gramos de proteínas en el cereal para producir un gramo de proteína cárnica. A esto se llama gastar mucho para conseguir poco, o se a un derroche económico, energético y ecológico. Para que los Estados Unidos puedan sostener sus hábitos carnívoros el 80 % del cereal cultivado en ese país debe destinarse al ganad o. Más adelante, en el mismo libro, el autor escribe: «El cerdo es, de todos los animales mamíferos domésticos, el que posee una capacidad mayor para transformar las plantas en carne de forma rápida y eficaz. A lo largo de su vida un cerdo puede transformar el 35 % de la energía que contiene su pienso en carne, en comparación con el 13% de los ovinos y sólo el 6,5% de los vacunos. En el mejor de los casos la pérdida energética es muy grande, de 100 partes  65.

En la actualidad las carnes están llenas de grasa debido a que los animales son cebados para que engorden cuanto antes con «piensos compuestos» (¿Compuestos de qué?), no se les deja mover ni hacer ejercicio, se les atiborra a hormonas (estrógenos), clembuterol y antibióticos. Según Harvey Diamond los productos animales tienen nueve veces más pesticidas que los vegetales. Esos animales contienen según Marvin Harris un 30% de grasa, mientras que los diferentes herbívoros africanos en estado salvaje contienen un promedio de 3 ,9 % de grasa.

La eliminación o reducción masiva de cientos de alimentos como la carne actúa en beneficio propio de la persona, además, como dice el higienista Harvey Diamond, en su libro Salud y Ecología «producirá cambios profundos en campos que usted ni siquiera habría sospechado.» Según Hodding Carter, citado en el mismo libro, la producción de proteínas que obtenemos de la carne de vacuno requiere por lo menos veinticinco veces más energía que la necesaria para producir una cantidad comparable de proteínas en forma de cereales. Y según el departamento de Agricultura de Estados Unidos, para conseguir una caloría de proteína de carne de vaca hay que gastar la asombrosa cantidad de 78 calorías de combustible fósil. En cambio una caloría de proteína proveniente de trigo, maíz o leguminosas se puede obtener al coste de apenas tres calorías y media de combustible fósil.

El ahorro de combustible es enorme si comemos directamente los productos del campo sin utilizarlos para engordar el ganado vacuno y comérnoslo en forma de carne. La cantidad de tierra dedicada a cultivar todo lo que sirve de alimento para consumo humano en los Estados Unidos en el año 1982 era de 24 millones de hectáreas. La cantidad de tierra dedicada a cultivar todo lo que se da de comer al ganado era de 480 millones de hectáreas. Es decir, por cada hectárea de tierra dedicada al consumo humano se dedican 20 a la alimentación del ganado. La tierra destinada al cultivo de alimentos para consumo humano es apenas un 5% de la que se destina a la producción de alimentos.

Las tasas de despilfarro son claras cuando en los Estados Unidos se obtienen dos tercios de su nutrición de ese 5% de tierra y solo un tercio del 95% restante. Terreno que hay que regar continuamente, con la pérdida de agua correspondiente, para «sacar tan poco en limpio» cuando comemos la carne que ha comido estos productos agrícolas. Según varios estudios citados por Harvey Diamond se necesitan 30 kg. de vegetación para producir solo 1 kg. de carne de vaca. Como resultado se pierde el 90% de su valor proteínico. Además la misma hectárea de tierra que «solo» puede producir 190 kg. de carne de vaca, puede dar más de 23.000 kgs. de patatas.

En palabras de Bernabé Sanz Pérez, director del Departamento de Nutrición y Bromatología en la Facultad Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid (en el Primer Congreso Nacional de Alimentación Nutrición y Dietética): «Desde el punto de vista de la producción agraria, el consumo de carnes es, energéticamente, un despilfarro como se deduce de los siguientes datos:
1 hectárea de soja mantiene a un hombre 5.560 días.
1 hectárea de trigo mantienen a un hombre 2.190 días 1 hectárea de maíz mantiene     a un hombre 885 días.
1 hectárea dedicada a la cría de vacuno mantiene a un hombre 192 días.

Para obtener más terreno de cultivo y «perderlo» en alimentación de ganado continuamente se talan árboles, se queman bosques y al destruir los árboles disminuye la capacidad depurativa del aire contaminado de CO2.

Otro problema añadido de la cría de ganado es la contaminación de las aguas por el estiércol de las granjas. Hay una contaminación también de aguas subterráneas que luego pueden ser utilizadas para el consumo humano. Según Milo Hasting, citado por Shelton, el higienista más conocido de los últimos tiempos en su libro «Orthotrophy», «por cada unida d de alimentación humana producida en la industria de carne vacuna se consumen alrededor de 16 unidades de sustancias de alimentos vegetales. En la producción de leche la relación es de uno a 12, en el cerdo es de 1 a 8. De la energía del cereal que sirve como alimento solamente se recupera el 24% si lo consume el cerdo, el 18% si lo tomamos en forma de leche y solo el 3,5% en forma de carne de vaca y de cordero. Según el departamento de agricultura de los Estados Unidos y otros autores, de 100 calorías utilizadas por los animales solo 15 son consumidas por el ser humano en forma de leche, 7 en forma de huevos y tan solo 4 en forma de carne de vaca. El resto de calorías, l a inmensa mayoría, se pierde.

Todo lo visto se traduce en la necesidad de una educación popular para la salud, con una forma de explicar asequible a un escolar, sin el hermetismo de un vocabulario de iniciados. En una educación para la salud, una verdadera Escuela de Salud, no escuela de enfermedad y tratamiento como son las facultades de Medicina, hace falta alguien que sepa y quiera enseñar, y tan importante como lo anterior, alguien que quiera enseñar y practicar. ¡Y falta un poco de todo, aunque cada vez menos! No hay que olvidar nunca que nuestro comportamiento alimenticio no está aislado de todo lo que nos rodea, ya que refleja nuestra forma de relación con los demás: la familia, los amigos... los «enemigos». Y la alimentación y la forma de alimentarse refleja directamente el carácter, la forma de pensar y ver la vida, el estado anímico, la cultura general y alimenticia de la zona donde vivimos y de la «cultura alimenticia» que nos viene del otro lado del Atlántico (es decir el descubrimiento de Europa por los Mc. Donald, Chick en Frit y Pub-Pab....): hamburguesas, perritos calientes, coca-cola y lo que te sobre lo tiras.

No menos necesaria sería una educación alimenticia infantil para que los niños coman menos porquerías (se me ocurre ahora, porquería viene de puerco): menos cola-cao, choc-crup, gominolas de plástico. ¿Tu que tomas?, yo coca-cola dice el padre; ¿Y tu?, cola-cao, dice el niño. Una cultura alimenticia popular y sana reduciría mucho la frecuencia de la mayoría de las enfermedades y evitaría la manipulación y el abuso de los animales.

La política alimentaria de los países «ricos» se impone con mucha frecuencia sobre los más pobres, el mal llamado tercer mundo. Los presionan para que produzcan monocultivos excesivos de ciertos productos: café, cacao, té, caña de azúcar... Estos cultivos aumentan en detrimento de tierras cultivadas hasta entonces con alimentos, o bosques que son talados o quemados, para la producción de sustancias en gran parte utilizadas por los países más consumistas y a unos bajos precios fijados por ellos.

Estos países más desfavorecidos se ven obligados con frecuencia a importar otros alimentos vitales como por ejemplo cereales., haciéndose dependientes por doble partida de los países más ricos. Y mientras tanto gran parte de sus pobladores están subalimentados y pasan hambre ¡Pero todo eso nos cae lejos!

Para terminar con la parte teórica, antes de la rica práctica de la alimentación  sana, recogemos unas palabras de F. G. Covián. Dichas palabras recomiendan una vez más una alimentación sana. El apoyo es mayor si cabe viniendo de un especialista que no era muy dado a ideas alternativas ni favorables a la alimentación vegetariana:
"Debo decir que pura el adulto, la dieta vegetariana es buena. Para la persona hecha, la dieta vegetariana no tiene contraindicación alguna. Al contrario. Una vez terminado el periodo de crecimiento puede uno alimentarse bien con la dieta vegetariana. Eso si, tiene que comer una buena variedad de vegetales para lograr el aporte proteico necesario. La variedad es lo que va a garantizar la presencia de todos los aminoácidos. El que falta en uno puede estar en otro.

Otra cuestión de interés estriba en la consecución de la vitamina B,2. Esta vitamina, digan lo que quieran, es un producto animal, la fabrican las bacterias y la asimilan los animales, no los vegetales. Sin embargo, hay algo sorprendente en todo esto: se han hecho estudios, y en la sangre de los vegetarianos puros hay la misma concentración de vitamina B12 que en la de los que siguen otra dieta. ¿Es que son nuestras propias bacterias capaces de fabricar esa vitamina? No lo sé. Quizás no sea la vitamina B12 una razón para recelar de la dieta vegetariana".

Más adelante hablando de la dieta vegetariana en los Adventistas del Séptimo día (grupo espiritual-religioso sobre los que se ha hecho la mayor parte de los estudios en masa sobre la alimentación vegetariana) dice:
"Es cierto: hay estudios que confirman que la vida media entre los adultos es más larga. Y que incluso tienen una menor incidencia de enfermedades cardiovasculares, lo que coincide con nuestra opinión relativa a las grasas. Pero es que los adventistas no sólo son vegetarianos. No toman alcohol, por ejemplo. Ni fuman. Habrıa que saber si viven más porque son vegetarianos o porque tienen un sistema de vida distinto. Científicamente, eso es muy difícil de comprobar. En cualquier caso es muy interesante, porque el mundo camina hacia una dieta más vegetariana, con más cantidad de alimentos vegetales."

1 comentario:

  1. Muy interesante, qué loco lo de la vitamina B12, será así?
    Gracias por todos los consejos, gracias a ellos cada día me alimento mejor y con mas conciencia, y aunque se me hace difícil muchas veces, y no tengo demasiada voluntad o constancia para hacer ejercicio, que es tan importante, definitivamente he mejorado mucho en mis hábitos alimenticios gracias a este blog.
    Saludos!!

    PD: una consulta, que son los potitos??

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